“Dios nos puso aquí y aquí vamos a seguir”: Alonso Kahuil, fundador de Cancún

  • “El hielo lo traían de Yucatán; venía un carro de Motul y surtía a Puerto Juárez. Hasta allá íbamos a surtirnos de hielo. De ahí ya Cancún fue tomando su forma, y en ese entonces no había tanto peligro durante el día,  pero a partir de que la noche empezaba a caer, había riesgo de que nos atacaran los animales y ahora es diferente la vida por acá”

Pascual Salanueva Camargo

Alonso Jesús Kahuil Colli, uno de los fundadores de Cancún, vino de Hoctum, Yucatán, desde pequeño. (Fotos: Santiago Rodas)

Cancún.- Quien llega por primera vez a Cancún queda asombrado. Además de ser una bella y moderna ciudad, cuenta con playas de arena dorada que invita al turista a zambullirse  y refrescarse en sus apacibles aguas color verde esmeralda.

Sin embargo, recuerda, Alonso Jesús Kahuil Colli, uno de sus fundadores, al principio era un lugar inhóspito, con una selva virgen, llena de insectos y animales peligrosos.

Alonso Jesús Kahuil Colli es de Hoctum, un pueblito de Yucatán. En virtud de que no había trabajo, lo abandonó siendo niño todavía. Después de deambular de aquí para allá, tomó el barco que lo conduciría a Isla Mujeres, donde se pasaría varios años trabajando en labores culinarias.

Sin embargo, cada vez que Alonso tenía vacaciones, regresaba a Hoctum para ver a su familia. Uno de esos días se encontró a una conocida que hacía tiempo no veía. Después de los saludos, la señora le dijo que estaba trabajando en Cancún, dándole de comer a los ingenieros, arquitectos y albañiles que estaban construyendo los grandes hoteles, de lo que a la postre se convertiría en la zona hotelera.

Concluidas las vacaciones, Alonso regresó a Isla Mujeres, donde trabajaba en un puesto de comida y como le pagaban por semana, trabajó siete días más, al término de los cuales le avisó a su patrona que volvería a su pueblo. Pero en realidad lo que hizo fue abordar “La Dama Elegante”, que era uno de los tres barcos con que contaban los nativos para salir de la ínsula.

Y como nadie de los viajeros se dirigía a Puerto Juárez, “La Dama Elegante” viró hacia Cancún, donde tiempo después Alonso penetró en la palapa de su futura patrona, Bartola Puk, quien enseguida lo puso a trabajar en la preparación de la comida y a continuación le dijo que se la llevara a los ingenieros, arquitectos y albañiles.

“Entonces Cancún era un lugar despoblado, que nada más contaba con una gasolinería y un pequeño mercado de lámina de cartón. Había mucho animal salvaje: víbora, tigrillos, changos y varias especies de animales peligrosos. De momento los veía-mos y nos daban miedo, porque uno nunca los había visto sueltos”, dijo.

Han pasado tantos años, que en ocasiones, por más que hurga en su memoria, los recuerdos no acuden con la celeridad y precisión que él quisiera.

“Se estaban construyendo como tres o cuatro hoteles: El Maya Caribe, el Sheraton, el Camino Real y uno al que le decíamos Las Torres. El palacio también estaba en obras, estaban sacando lo que son las medidas”.

Relató que casi enseguida se abrió un restaurante que se llamaba “El Águila”, y al que siguieron “El Carrillos” y “El Erickson” y lo que empezó a darle visos de  actividad turística al pueblito, que en ese entonces era Cancún.

Aparentemente, eran tantas las presiones que sufría Bartola, que se enfermó y se tuvo que regresar  a su tierra. Entonces, Alonso entró a trabajar a “El Carrillos”, pero también se compró un triciclo que le sirvió para llevar a vender a los alarifes de la zona hotelera naranjas, manzanas, mandarinas y aguas frescas.

“El hielo lo traían de Yucatán. Venía un carro de Motul, y surtía a Puerto Juárez. Hasta allá íbamos a surtirnos de hielo. De ahí ya Cancún fue tomando su forma. En ese entonces, no había tanto peligro durante el día,  pero a partir de que la noche empezaba a caer, había peligro de que nos atacaran los animales. Pero ahora es diferente la vida por acá”.

Cancún estaba en marcha. Nada podía detenerlo. A los restaurantes siguieron los bares, y con ellos, surgió la promesa de una inmejorable vida nocturna.

“El primer restaurante bar que hubo estuvo a un costado del lugar conocido como “El Parián”  y que era un salón de fiestas. Luego se pusieron el “Terraza Peraza” . Esto fue en el Crucero, donde prácticamente inició la vida nocturna en la ciudad de Cancún. Esa era la diversión de Cancún, porque en el centro no había nada todavía. Nada más eran las obras en construcción, carreteras de arena blanca”.

De acuerdo a la descripción de Alonso, a la sazón, Cancún era más selva que cemento y en lugar de carretera había brechas blancas. “Una brecha blanca para dirigirse a Chetumal; otra para puerto “Puerto Juárez” y una más que llevaba al Crucero. Era todo”.

Tampoco había transporte público. “El autobús que venía de Chetumal con turistas paraba en el cine Juárez, que es donde está ahorita el boliche y  está en el mero Crucero y ahí se bajaba la gente que venía a Cancún”.

Y si bien “no había mucho turismo en ese entonces, pues llegaba muy poco nacional y extranjero, faltaba poco para que Cancún se convirtiera en lo que es. Al principio en Cancún no había transporte público. Para ir a cualquier parte había que caminar o ir en bicicleta. Lo que se usaba más era el triciclo y la bicicleta y no fue sino hasta mucho después en que llegaron los taxis y después  metieron el Turicún”.

La ciudad crecía lenta, pero inexorable. Los recién llegados a Cancún y que venían a trabajar en todo género de actividades, necesitaban casas, así que comenzaron a construir varias de ellas a espaldas del palacio. De ahí siguieron otras más que se erigieron en la avenida Yaxchilán y más para allá, en Las Palapas.

También se empezaron a hacerse presentes las grandes tiendas. La primera de ellas fue Abarrotes La Mexicana  y quedaba atrás  de Las Palapas. Posteriormente se sumarían La San Francisco y la primera Comercial Mexicana. Y vendrían otras y otras.

Pero para muchos, incluido Alonso, en cuestión de trabajo, nada mejor como los bares que se comenzaron a abrir en las principales avenidas de Cancún. Fue tal la demanda de meseros que nuestro entrevistado se convirtió en uno de ellos. Alonso llegó a ganar mil pesos diarios y “a veces hasta más”. La mayoría de los meseros eran jóvenes. Prácticamente no les costaba ningún trabajo recoger las palas de dinero. Pero así como los ganaban, botaban los billetes.

-¿Usted también señor Alonso fue mesero, qué hizo con sus propinas?

– Pues las invertí en la compra de varios lotes. Compré siete en total, y los fui trabajando poco a poco. Pero ya nada más me quedan cinco. Todos construidos, gracias a Dios. Algunos los rento y el resto los habita mi familia. Además puse mi propio negocio de comida, que es atendido por mi familia.

-¿Y cuando se muera, señor Alonso, dónde le gustaría ser enterrado?

-A mí, la verdad, me gustaría que cuando me muera, me entierren acá, porque aquí falleció mi hija, la primera de mis hijos, así que para qué nos vamos. Cancún es un lugar donde Dios nos puso y pues aquí estamos gracias a Él.

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