En el ocaso de su gobierno el señor Peña descendió de su limbo de arrogancia, acorralado por sus errores y la ilusión de volver a ser el salvador de México, para solicitar con humildad artificiosa el perdón de una sociedad que los neopriístas en el poder, ávidos de fama y dinero fácil, vienen agraviando desde que regresaron en 2012 a Los Pinos, con la sabida compra de votos, sólo para descarrilar al país con su majestuosa ineptitud.