QEPD, Sara Esther Muza Simón

Hora 14

Mauricio Conde Olivares

 

 

Corrían los últimos años del entonces gobierno de Mario Villanueva en Quintana Roo y arreciaban los embates en su contra desde la presidencia de Ernesto Zedillo, cuando Gerardo Mares, Pepe Segura, Alberto Valderrábano, Conrado García y un servidor fuimos invitados como reporteros de la fuente política por Sara Muza Simón, en esa época diputada federal por el PRI, para entrevistarnos con quien terminaría su mandato literalmente como un prófugo de la ley.

Villanueva Madrid nos abrió las puertas de su casa de Chetumal y en compañía de su esposa Isabel Tenorio desayunamos sin protocolo alguno,  fruto de una camarería forjada desde su paso por el Poder Legislativo federal, ahí desmenuzó en corto la embestida que sufría por la animadversión zedillista y el respaldo popular del que hasta la fecha goza entre los quintanarroenses, entre otros temas de coyuntura política de ese entonces así como su obra pública.

Eran para él tiempos aciagos y Sara Esther Muza Simón le cumplía a Mario Villanueva la labor de acercarle a los representantes de los medios de comunicación en el Congreso de la Unión, para al menos tener una ventana de oportunidad por donde colar su verdad ante lo que se veía ya como algo inevitable, su caída.

En esas estábamos cuando nos tocó regresar a la capital del país y coincidimos con Sara Esther al abordar el vuelo de la extinta aerolínea Aeroexo, que literalmente era un viaje “guajolotero” como de verdadera combi aérea desde Cancún pasando por Mérida, Villahermosa y terminando en la Ciudad de México, solamente que el destino nos deparaba a todos una sorpresa.  Los previos aterrizajes habían sido verdaderamente lamentables con los consabidos recordatorios a la madre del piloto que soltaban los asustados pasajeros cuando en el último correspondiente al fin del viaje, todo se salió de control al escucharse un fuerte estallido ante la brusca desaceleración de la aeronave tan luego tocó  tierra.

Así  como cuando amable lector todos sobresaltamos al escuchar el rechinido de las llantas previo a cualquier choque vehicular, brincamos del susto atados a nuestros asientos todos los pasajeros, solamente que ese chirriar de llantas se prolongaba por mucho y mucho más que parecía interminable. Ante tremenda frenada del piloto, la inercia nos empujó el cuerpo hacia adelante y vimos pasar por entre nuestros pies, por debajo de los asientos y hacia el frente del avión, todo tipo de artículos como teléfonos, bolsas, zapatos, entre otros.  Se descuadro el interior del fuselaje y se abrieron los compartimientos del equipaje, cayendo sobre los pasajeros en medio de un humo que entorpecía tanto la visibilidad como la respiración de todos.

El avión fue a terminar casi sin control al final de la pista luego que le estallaran las llantas del tren de aterrizaje delantero; todos gritaban y mi compañero Pepe Segura reclamaba al piloto como si este estuviera frente a él escuchándolo; también,  tuve que pedirle al otro compañero de asiento, el reportero Alberto Valderrábano, que dejara de apretar con su mano mi rodilla, hecho involuntario motivado por tremendo susto luego que pegara largo y sonoro grito.

Entonces, por las bocinas del avión se escuchó la voz del piloto pidiendo disculpas por lo accidentado del aterrizaje y señaló que se darían explicaciones en el módulo de atención al publico de Aeroexo, lo que en los hechos no sucedió porque ese personal simplemente desapareció y no dio la cara ante la cascada de reclamos.

Así fue que se dispararon los operativos de seguridad aeroportuarios y en medio de los equipos de rescate, bajamos los pasajeros del avión para ser trasladados en camiones hasta la terminal aérea, incluida entre ellos a Sara Esther Muza Simón. Ya en tierra, los reporteros nos fuimos a las instalaciones de la AMRA (Asociación Mexicana de Reporteros de Aviación) para pasar nuestras notas del día porque el show debió continuar.

Ahí escuchamos a nuestros compañeros de la vida aeroportuaria pasar sus notas a sus respectivas redacciones respecto a “un avión accidentado en el Aeropuerto de la Ciudad de México…”, cuando les comentamos que precisamente en ese vuelo veníamos aterrizando, dando tumbos por todo el sureste mexicano desde Cancún, por lo que a su vez nos convertimos en fuente de información, ya ve que así somos de caníbales y carroñeros los reporteros.

Hoy recuerdo esta anécdota de la manera más lamentable, pues nos unimos a la pena que embarga a la familia Marrufo-Muza por el sensible fallecimiento de Sara Esther Muza Simón, mujer quintanarroense y pionera, pilar de las mujeres en la política y administración pública. Acaecida en la Ciudad de Mérida, Yucatán.

Descanse en paz.

Ahora, en otro orden de ideas, déjeme comentarle que un informe del investigador Luke Yates de la Universidad de Manchester, “El ‘movimiento Airbnb’ por la desregulación”, publicado por Ethical Consumer, revela las estrategias que la plataforma ha desplegado en muchas ciudades del mundo para incidir en el debate público y en la toma de decisiones políticas que más favorezcan a sus intereses empresariales.

Cuántas veces habrá escuchado esta frase: las apariencias engañan. Y en cuántos contextos. Una persona que aparenta ser lo que no es o una situación concreta que resultó ser engañosa. Las circunstancias son diversas.

En menos ocasiones, sin embargo, se usa para describir a corporaciones o grupos empresariales, y eso que ejemplos no faltan: las cláusulas suelo de las hipotecas del sector bancario, las estafas de las grandes empresas de comunicación con los contratos de permanencia, o la falta de transparencia en la factura de la luz de las principales eléctricas.

Con el objetivo de aumentar sus beneficios, las empresas utilizan todo tipo de triquiñuelas y embustes a costa de los consumidores, a pequeña y a gran escala. Luego una parte de esos beneficios los destinan a campañas de marketing para enmendar el (normalmente escaso) daño mediático que algunas de esas maniobras les inflige. Que si la liga tal ahora se llama como un banco, que si la estación cuál como una compañía. La estrategia no es nueva; lo novedoso es que haya llegado al sector turístico y, sobre todo, la forma en la que lo ha hecho.

El sector turístico no ha necesitado, por norma general, campañas para mejorar su imagen. La actividad turística está aceptada y arraigada en las sociedades occidentales desde hace décadas. A una mayoría de personas le gusta ser turista, visitar sitios nuevos. El consenso es tal que el derecho al descanso, esa conquista de las clases trabajadoras tras años de lucha, se equipara a día de hoy con un supuesto derecho al turismo.

El sector no tenía que lavar ninguna imagen porque siempre ha gozado de buena salud, excepto en casos particulares y sitios determinados. Cuando esto ha ocurrido, la prensa generalista, nacional o local, fiel servidora de los intereses empresariales que la financian y la sostienen, tampoco se ha caracterizado por meter las narices, como se constataría por ejemplo con las muertes de turistas en accidentes dentro de instalaciones del Grupo Xcaret en Quintana Roo, México. Ahora bien, en los últimos años, conforme el turismo ha crecido a una velocidad vertiginosa, han surgido nuevos conflictos.

Ya no se trata de un caso aislado de explotación laboral en un hotel, o de una licencia urbanística en suelo de especial protección medioambiental. Las externalidades -por usar el concepto de los economistas mainstream- han crecido como hongos, lo que ha venido acompañado de una mayor movilización social y sindical.

En las ciudades, uno de los aspectos más dañinos del turismo se asocia al desembarco de Airbnb, convirtiendo miles de viviendas en negocios turísticos. El uso principalmente residencial de los centros urbanos de tantas ciudades se ha ido transformando hacia funciones turísticos. O, dicho de otra forma, parte del vecindario de barrios centrales, normalmente la población más vulnerable en términos socio-económicos, se ha expulsado para acomodar visitantes. El turismo genera graves injusticias sociales ante las que no podemos cerrar los ojos.

¿Cuál ha sido la respuesta de Airbnb? Efectivamente, un nuevo lavado de imagen. La línea argumental de la multinacional es que su actividad ayuda a ese mismo vecindario. “Economía colaborativa”, la llaman, porque las personas que convierten sus viviendas en negocio, los anfitriones, son pequeños propietarios o jóvenes en alquiler, que para costear la eventual hipoteca de una segunda residencia o el arrendamiento de su vivienda principal anuncian la casa o una habitación en Airbnb. Pero las apariencias engañan.

No solamente se trata de que apenas el 8% de la oferta en Airbnb se corresponde con una sola habitación, o de que el 59% de la misma esté controlada por empresas de alojamiento profesionales. Se trata de las estrategias que Airbnb ha desplegado y mantiene en muchas ciudades del mundo para amañar el debate público e influenciar en la toma de decisiones políticas que más favorecen a sus intereses empresariales.

Airbnb ha reinventado el concepto de lobby. Hasta ahora sabíamos que las grandes compañías contrataban a señores bien vestidos y de buenos modales para que, en el curso de una comida o una reunión, dieran a conocer la posición de su empresa y ejerzan presión sobre los representantes políticos.

En los parlamentos nacionales existe un registro de lobbistas —otra cuestión sería comprobar si realmente funciona—. Airbnb complementa estas estrategias con otra más sutil: los clubes de anfitriones, o grupos de pequeños propietarios o arrendadores financiados por la empresa que legitiman la actividad como economía colaborativa. El objetivo es doble: hacer pasar lo que es un perfil de anfitriones minoritario como el más importante, porque los anfitriones profesionales tienen mayor peso; y que los intereses empresariales de Airbnb parezca que emanan de la sociedad civil en lugar de la compañía.

El informe recoge una serie de tácticas que se utilizan con estos fines, y que no solo incluyen la financiación, sino también la selección de los anfitriones que forman parte de los clubes con las historias de esfuerzo y superación que mejor encajan, su formación en técnicas de presión política, o el apoyo en cuestiones logísticas y de organización.

El éxito de los clubes de anfitriones se mide en función de su capacidad para influenciar el debate general y a las instituciones públicas para conseguir la legislación más favorable, que dependiendo del contexto se representa en una total desregulación de las viviendas con fines turísticos, o una regulación controlada que, en ningún caso, ponga en riesgo la principal fuente de ingresos de la compañía: las empresas de alojamiento profesionales.

El modelo Airbnb ha creado lobbies de base, colectivos ciudadanos que le dan otra vuelta de tuerca al objetivo de avanzar en la agenda corporativa que siga enriqueciendo a los que están en la cima de la pirámide a costa de los demás; empero, lo anterior será motivo de posterior análisis en otra entrega de Hora 14.

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