La corrupción, enfermedad social

Por la Derecha..!

Luis Ángel García

 

Contrario a la narrativa oficial, el fenómeno de la corrupción no ha acabado, ni siquiera disminuido. El problema no sólo es político, tiene un acendrado arraigo en el comportamiento social del mexicano. La corrupción no puede desaparecer por decreto ni por ondear un pañuelo blanco. Es una pésima práctica que heredamos de la conquista. Moctezuma pretendió sobornar a los españoles para detener su paso y el espíritu corrupto de los conquistadores los hizo ambicionar más. Tenemos 500 años de fomentar una práctica ilícita que forma parte de la idiosincrasia nacional.

Ahora el régimen enarbola la bandera política de erradicar la corrupción de los funcionarios del pasado, más como estrategia de propaganda para responsabilizar a los sexenios pasados de todos nuestros males y legitimarse ante la sociedad como un gobierno impoluto que con la verdadera intención de meter en prisión a los corruptos. Mantener vivo el resentimiento social, el deseo de venganza de contra los malos políticos le da un margen de maniobra importante a la autoridad para encubrir sus yerros y justificar los resultados negativos de sus políticas públicas o la ausencia de un programa de gobierno.

La idea de moralizar a la burocracia y a la sociedad en su conjunto no es nueva, Miguel de la Madrid lo pretendió con su proyecto de renovación moral e incluso -él sí-, metió a la cárcel por corrupción a funcionarios de su antecesor, como lo hizo con el emblemático director de Pemex, Jorge Díaz Serrano, muy cercano a José López Portillo y ex precandidato presidencial.

La corrupción no sólo se da en el sector público, es una práctica cotidiana del ciudadano de la calle que, si bien es más frecuente con el servidor público, también se da entre particulares, quienes sobornan, extorsionan o defraudan a todos los niveles. Es tal el cinismo social que perdemos la dimensión de nuestra retorcida costumbre e incluso disfrazamos la corrupción o no reconocemos el ilícito en que incurrimos. En días pasados, en televisión se dio a conocer el caso de una señora de Coacalco que fraudulentamente fue ingresada a un hospital del IMSS para ser atendida de Covid-19; lamentablemente falleció a los dos días.

La familia aprovechó la situación para denunciar el deshonesto proceder de dos galenos que por 30 mil pesos falsificaron documentos para admitir a la mujer sin ser beneficiaria. De haber sobrevivido la enferma, ¿los hijos hubieran denunciado a los doctores? Seguramente no, creyeron que habían hecho lo correcto para salvar a su mamá. Nadie sabría de ese caso de corrupción, lo curioso es que el familiar califica la mala práctica médica como estafa o fraude y denuncia el hecho para que otros ciudadanos no caigan en el engaño de los facultativos del IMSS que posibilitaron el ingreso de la señora. ¿Cuál engaño, cuál estafa? Ellos no garantizaban la sobrevivencia de la paciente, se comprometieron a proporcionarle atención hospitalaria, lo cual sucedió. Los familiares, sabedores de que incurrían en un acto de soborno, se justificaron en su intención de salvar a su mamá, sentimiento muy loable que no los exime de una conducta de corrupción, la que vieron como algo natural.

La próxima vez que pretenda dar dinero a un agente de tránsito para evitar la infracción, busque un arreglo con algún burócrata para no pagar multas o agilizar trámites, se preste a situaciones fraudulentas en oficinas de gobierno o entre particulares, pregúntese si el de enfrente es el corrupto o usted. Tanto peca el que mata la vaca como el que le agarra la pata.

Es aberrante suponer que por decreto ya no hay corrupción, se da a todos los niveles y en todos los sectores, desde el empleado de la ventanilla hasta las cabezas de las dependencias. Los medios han difundido videos y reportajes que exhiben la imperante práctica social que heredamos de la conquista.

 

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