La debacle del PRI

 

Arturo Nahle

 

 

El PRI es el partido nacional más importante en la historia de México, es producto de la fusión de una infinidad de partidos regionales que surgieron antes y después de la revolución, es la casa que diseñaron Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas en la que cabían todos: campesinos, obreros, clases populares, mujeres, jóvenes, empresarios, militares, todos, menos el clero. El PRI no sólo le dio estabilidad política al país durante casi un siglo, también generó condiciones para el desarrollo de México a través del reparto de más de cien millones de hectáreas a más de 30 mil ejidos y comunidades, creó el Infonavit para entregar millones de casas a los trabajadores, creó el Seguro Social y el ISSSTE para proporcionar servicios de salud y pensiones a millones de familias, creó Pemex para extraer nuestro oro negro y con él construir la red carretera nacional, universidades y cientos de miles de escuelas en todo el territorio.

El PRI creó la CFE y enormes presas para llevar luz y energía eléctrica a los rincones más apartados del país, creó el Banco de México, consolidó a nuestras fuerzas armadas, sorteó con inteligencia diplomática la relación con nuestros vecinos del norte y Rusia durante la “guerra fría”, favoreció la transición democrática con la reforma electoral de 1977, impulsó el desarrollo de nuestros principales polos turísticos, parques industriales, puertos marítimos, aeropuertos y muchas otras cosas gracias a las cuales hoy somos la 13ª economía más grande del mundo. Pero también hubo yerros, abusos y corrupción; favoreció a un reducido grupo de ricos y poderosos mientras el mundo de pobres y marginados, sobre todo indígenas, se hacía cada vez mayor. En los ochenta, la llegada de los tecnócratas al poder con sus políticas neoliberales alejó al PRI de sus causas originales y terminó entregándole la estafeta a su opositor histórico, el PAN.

Las causas populares y banderas nacionalistas que abandonó el PRI las rescató un líder carismático, formado en sus filas, que hoy lo tiene al borde de la extinción; me refiero por supuesto a López Obrador. Pero la debacle del tricolor tiene muchas otras causas: Tlatelolco, las devaluaciones, el “Partenón” de Durazo, la expulsión de Cuauhtémoc y Porfirio, la “roqueseñal”, las concertacesiones, el magnicidio de Colosio, el error de diciembre, los monrealazos, el rompimiento con el SNTE, la “casa blanca”, la “estafa maestra” y, sobre todo, la incapacidad de ser oposición.

Así es, el PRI nació en el poder y para el poder, cuando lo perdió no supo que hacer, no fue diseñado para ser oposición, la llamada institucionalidad la traen sus militantes en el ADN. El extremo, por no decir el final, fue aliarse con el PAN y el PRD postulando para la Presidencia a una candidata ajena, pues ni así le ganaron al viejo PRI, o sea a Morena. Y su cuestionadísimo líder, en lugar de refundar al viejo y disminuido instituto, que hoy es la cuarta fuerza política, optó por refundirlo amarrándose como pluri y reformando los estatutos para reelegirse hasta que termine de exprimirle la última gota.

Por si fuera poco, injuria y amenaza con expulsar a quienes legítimamente lo cuestionan, por eso en lugar de “Alito” le dicen “Amlito”. Qué pena, de verdad que pena que esa escuela política donde nos formamos tantas generaciones de políticos, legisladores, servidores públicos y luchadores sociales, concluya su ciclo histórico de esta manera, defenestrado por la mayoría de los mexicanos y, en una de esas, convertido en un partido satélite o marginal como tantos otros de triste memoria.

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