Moisés Sánchez Limón
(Columnista invitado)
Frente al espejo de los años, en la antesala de vestir la toga y el birrete se despeñaron los recuerdos como en cinta de película antigua sin editar; retazos de aquí, de allá, imágenes de tiempos idos y colegas que se adelantaron y seres queridos y amados cuya ausencia es dolor perenne.
¡Ah!, el doctorado honoris causa como enorme galardón a la carrera de resistencia en la profesión, en la vida de periodista.
Y permítame ocupar este espacio para referirme a mis colegas, a mis pares, periodistas de profesión porque no hay licenciatura en reportero, porque el reportero es la esencia que se desarrolla a partir de esa raíz que es el periodismo.
Definiciones hay de periodista y de reportero; al final es el mismo tronco del árbol robusto que mucho tiene de parecido con los sabinos, ahuehuetes plantados por Nezahualcóyotl, el Rey Poeta, para transitar por la historia de la vida y escribir de ella; cronistas a fuerza de recorrer las fuentes.
Frente al espejo de los años, husmee en ese salón de restringida asistencia por esta pandemia que nunca imaginamos cuando en esos ayeres salíamos a reportear junto con la jauría a las fuentes informativas, con la orden del jefe de información que se cumplía porque se cumplía sin celulares ni lap top ni internet porque, en esos tiempos, eso era sueño machacado en las películas de James Bond y los héroes de historieta.
Husmee en busca de identificar los olores de la felicidad y la experiencia, intenté identificar el olor de la tristeza que solemos cargar sin sello de identidad y aparecemos, reporteros finalmente, como seres humanos especiales, una especie de una generación que está en vías de extinción.
Por eso, cuando una organización de profesionales, una agrupación seria –no de esas que nacen y mueren luego de medrar con la vanidad de los periodistas— tiene la iniciativa de ampliar sus reconocimientos a los profesionales del periodismo, entonces el galardonado se percata que forma parte de la pléyade especial que ha escrito de cómo ha corrido la historia de México y del mundo en décadas, varias décadas que se someten al tiempo de las canas de la experiencia y el valor de saberse sobreviviente de mil batallas.
Ahí en la colonia Juárez de la Ciudad de México, en la mañana fría del miércoles de pandemia, frente al espejo de los años encontré en un lugar de la mesa, próximo a la chimenea de este salón en el Hotel Holiday Inn de la calle de Londres, la mirada de Abraham Mohamed Zamilpa y frente a él a José Luis Uribe Ortega, a mi izquierda a Ricardo Burgos y enfrente a Ivette Estrada, con café en ristre todos y en espera de ser investidos doctores honoris causa.
¿Qué se siente? La respuesta puede bordar en lo cursi con hilos de vanidad pero igual de sorpresa como cuando concluías el curso y esperabas la calificación. O el Día del Niño en esos tiempos en los que los maestros, las maestras te festejaban y el nervio te agitaba porque las viandas eran sorpresa.
Para no errar, le refiero que el doctorado honoris causa –cita la definición aceptada- “es un título honorífico que da una universidad, asociaciones profesionales, academias o colegios a personas eminentes. Esta designación se otorga principalmente a personajes que han destacado en ciertos ámbitos profesionales y que no son necesariamente licenciados en una determinada carrera”.
Y sí, ese es el fundamento por el que, en el inicio de la Cumbre Mundial del Conocimiento México 2020-2021, el Comité Ejecutivo del Colegio Internacional de Profesionistas C&C nos distinguió con el Doctorado Honoris Causa, con mayúsculas si me permite porque ese es el nivel del orgullo que hincha el pecho cuando se sabe parte de la historia de este país, aunque las exclusivas y las notas e ocho columnas pierdan el tiempo en la hemeroteca, o sencillamente con un click se borre de la memoria cibernética.
¡Ah!, frente al espejo de los años recordé aquel día en que el director de Ovaciones, Abraham Mohamed, me convidó de un platillo de su idea en el restaurante del Hotel El Cozumeleño, justamente en Cozumel, Quintana Roo. Creo sólo me conocía de vista pero me dio una lección su humildad con ese gesto.
Y también recordé a Ariel Ramos Guzmán, el poderoso y exigente subdirector de El Universal en esos días de los años 70 y principios de los 80 ¡del siglo pasado! Ariel se adelantó a la conferencia de prensa a la que, ineludible, acudiremos todos los periodistas, reporteros, la infantería. Recordé cómo trabamos amistad y pasado el tiempo solíamos desayunar en el Café Tacuba. Ariel.
Y con el recuerdo de Ariel y las palabras de Pepe Uribe Ortega me llegaron los recuerdos de esos días de reportero suplente. Con Pepe Uribe compartí redacción en el diario Avance, propiedad de Fernando Alcalá, cuando en la contra esquina de Iturbide y Artículo 123, en el Bar Las Américas, le entrábamos a la rifa del pollo. “¡Y sólo quedó el del pollo!”, gritaba el mesero cuyo nombre se me pierde en el tiempo, para aludir al dado de la suerte.
A Ricardo Burgos y Óscar Martínez Maho, los recuerdo cuando fui el último jefe de prensa del último tranco de vida del CREA, el Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la Juventud que de un plumazo desapareció al inicio del sexenio de Carlos Salinas y se convirtió en la Conade.
Frente al espejo de los años recordé que a mi amigo Paco Rodríguez le debo la foto, extraordinaria foto que captó a un grupo de jóvenes reporteros en la escalinata a la salida del Auditorio Juan Ruiz de Alarcón, del entonces casi nuevo Centro de Convenciones de Acapulco, después de la declaratoria inaugural del Segundo Tianguis Turístico, en busca de la entrevista con el ex presidente Miguel Alemán y el gobernador Rubén Figueroa y el entonces primer secretario de Turismo, Guillermo Rosel de la Lama, en el gobierno de don Pepe López Portillo.
¡Ah! Doctor Honoris Causa. Dígame lo que se le antoje, pero la unción honorífica me demuestra que, contra el trato que nos da el licenciado López Obrador, ese desprecio por quienes, quiera que no, somos contrapeso a su gobierno porque no nos tragamos la dialéctica mañanera ni formamos parte de los aplaudidores que sacan raja con actos de contrición, tanto que hasta un consulado otorgó, sí, otorgó el señorpresidente Andrés Manuel a una dama que fue a pedirle un embute disfrazado de publicidad y se va a Estambul. Conste, embute, no chayo como equivocan quienes nos llamas fifís o conservadores o pagados por la derecha golpista. ¡Bah!
Frente al espejo de los años, en esta sencilla ceremonia con personas sencillas, recordé aquellos tiempos de giras con mi amigo y compadre Abelardo Martín Miranda –¿ya tomaste?— y las pláticas de lontananza con mi compadre y amigazo Alfredo Camacho.
Y esos días del diarismo con las primeras novedades que suplían a la Remington y las cuartillas, en esa redacción que se compartía con Rocío Galván, Norma Padilla, Virginia Durán Campollo, Alejandra Ortiz, Beatriz Alfaro, Bertha Fernández, Rebecka Hernández, del meritito Sinaloa; Eduardo Arvizu Marín, Enrique Aranda Pedroza y Herminio Rebollo Pinal, llamados Los Niños Héroes contra Los Niños Ebrios, triada que integraba junto con Enrique Sánchez Márquez y Fidel Samaniego Reyes, que llegaba de ser reportero de la revista Señal.
Frente al espejo de los años, en espera de ser investido Doctor Honoris Causa recordé a Efraín Salazar y al fotógrafo Jorge Rodríguez, a Micaela Albarrán y Elena Gallegos y Miguel Reyes Razo y su risa singular, a Juan Arvizu y Saúl López Robles, al Matador Mario Peralta Viveros y a Crescencio Cárdenas Ayllón, paisano de Carlos Ferreyra Carrasco quien por poco me inhabilita como redactor cuando en una gira por Chilpancingo, en las prisas cerró la puerta de automóvil con los dedos de mi mano izquierda en medio.
Por supuesto, después bromearon y dijeron los colegas que lo bueno es que no me machucó una pata, porque entonces hasta ahí habría llegado mi incipiente carrera como reportero de El Universal Gráfico.
Frente al espejo de los años recordé a mis tareas profesionales como reportero fundador de La Crónica de Hoy, la dirección de El Heraldo de Puebla, la fundación de El Independiente de Hidalgo y La Crónica de los Lunes que devino en Horizonte Campeche y a muchos colegas cuyas imágenes me agolpan la memoria y busco sus nombres en este archivo de cajones que lloran cuando se deslizan sobre la herrumbre de los tiempos idos.
Disculpe usted, pero este espacio no podía ser cubierto por otro tema que no derivara de esa distinción otorgada por el Colegio Internacional de Profesionistas C&C, en el inicio de la Cumbre Mundial del Conocimiento México 2020-2021. Me invistió con el doctorado honoris causa pero me dio la pauta para bordar sobre esa tela que es la carrera de resistencia del reportero hasta el último halo de vida. Digo.
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