Por la Derecha..!
Luis Ángel García
La actual administración hace recordar los tiempos del echeverrismo, que junto con el sexenio de José López Portillo es conocido como la docena trágica. Periodo de aparente bonanza económica donde el Estado arbitraba la lucha de clases en favor de los trabajadores, pero con un alto costo social a la larga.
Luis Echeverría Álvarez pretendió convertir el desarrollo estabilizador -periodo de gran crecimiento económico en México gracias a la sustitución de importaciones y el fortalecimiento de la industria nacional-, en lo que se llamó desarrollo compartido, pero la errática política económica propició uno de los peores retrocesos del país.
El gobierno se enfrentó a los empresarios y los responsabilizó de todos los males nacionales, como la histórica pobreza de los trabajadores. El rompimiento con el sector privado llegó a su clímax después del fallido secuestro y asesinato del empresario regiomontano Eugenio Garza Sada a manos de la Liga 23 de Septiembre en 1973.
La política laboral del régimen buscó la sobreprotección de los trabajadores a expensas de los patrones. La mala dirección de la economía nacional hizo que el índice inflacionario se disparara exponencialmente y se devaluara el peso, lo que se quiso remediar con sucesivos aumentos salariales que nunca alcanzaron a la inflación, pero con altos costos para los empresarios. Para frenar la caída de la moneda, se llegó al control de cambios. Hubo una salida de capitales y el cierre de muchas industrias. Entonces, el gobierno se convirtió en empresario y empezó a adueñarse de los giros quebrados. Se hizo hotelero, incursionó en la industria automotriz, construyó carros de ferrocarril, fue restaurantero, fabricante de bicicletas y de hilos. En todo fracasó o lo devolvió a la iniciativa privada, como con la nacionalización de la banca. El gobierno no tiene vocación empresarial. La docena trágica ha sido una de las peores etapas de México.
Nuevamente, tenemos un régimen que pretende estar por encima de los factores de la producción para regular la actividad económica. Como lo hizo Echeverría en su momento, se expolia el trabajo y los recursos de los empresarios para, cual moderno Robin Hood, dárselos supuestamente a los más necesitados. Pero la economía no se maneja así.
Cuando el gobierno presiona demasiado a los emprendedores, viene el cierre de negocios y la fuga de capitales, aparejado de una depreciación de la moneda. Tampoco fue el petróleo la llave de la fortuna. Hace cuarenta años, el oro negro se veía como un recurso inagotable, pero las leyes de la economía demostraron que aun con enormes reservas, la oferta y la demanda deciden.
Lamentablemente tenemos una clase empresarial agachona que se ha subordinado a los caprichos, reclamos e insultos del mandamás. Pero cuando baje el grado de inversión, se agudice la salida de capitales, se deprecie cada vez más la moneda y los norteamericanos exijan el cumplimiento de los acuerdos comerciales y defiendan los intereses de sus empresas, el gobierno verá su error. La miopía gubernamental no les permite recordar que no debe usurpar o suplir la función de la iniciativa privada. Ejemplos claros de fracasos son Pemex y la CFE. Del “preparémonos para administrar la abundancia” lópezportillista no queda nada. No entendieron que el hidrocarburo es un recurso no renovable y que iba a dejar un elefante blanco al que tercamente se le sigue inyectando dinero.
La CFE es otro caso de anclaje en el pasado. La nacionalización de la industria eléctrica de Adolfo López Mateos tuvo su efecto inmediato, pero el país no estaba preparado para producir la energía. Por ello con el tiempo se permitió la inversión privada, la cual no es responsable de la enorme burocracia y corrupción que genera la empresa paraestatal. Con sentido común y conocimiento de la nueva realidad mundial, se migró a las energías limpias y se reglamentó la participación empresarial. Pero, la visión de los setenta y un falso nacionalismo hizo que retrocedieramos 40 años y sólo se incrementó la deuda de la CFE, sobre todo con las indemnizaciones que pagamos a las empresas afectadas por la cancelación de contratos y la condonación histórica a los morosos deudores de Tabasco, en una medida antieconómica, pero con fines político-electorales.
Si pensamos que el nuevo populismo nos va a beneficiar, estamos en un error. Esperemos que este sexenio no sea como la docena trágica.