Los riesgos de ser tercer país ¿seguro?

Por la Derecha..!

Luis Ángel García

 

La narrativa oficial lo niega, pero la terca realidad tiene otros datos. El gobierno norteamericano nos ha convertido en su policía migratoria, el traspatio de los gringos que, ante la migración ilegal masiva y endémica, deporta a miles de centro, sudamericanos y caribeños para dejarlos estacionados en la frontera mexicana, para que el gobierno de la 4T los deporte o, en el mejor de los casos, los retenga con la remota posibilidad de que logren se acepte su petición de asilo en los Estados Unidos de manera legal. La Casa Blanca nos convirtió, en la práctica, en tercer país seguro, bueno ni tan seguro, luego de la tragedia ocurrida en la estación migratoria de Ciudad Juárez, donde fallecieron 39 trashumantes.

En anteriores colaboraciones  hemos advertido que México no está preparado para enfrentar la crisis migratoria que se vive desde la época de Donald Trump, quien nos obligó a recibir a los miles de rechazados por la Unión Americana. Nos forzaron a militarizar las fronteras con las fuerzas armadas, la Guardia Nacional y los agentes de Migración, lo que provocó un problema de seguridad nacional, ya que nunca se pudo sellar el sureste mexicano. Al éxodo de mujeres, hombres y niños que buscaban el “sueño americano”, se sumó la inexperiencia, la falta de estrategias operativas para contener a los trashumantes que venían del sur y recorrían el territorio mexicano rumbo a la frontera norte, así como la carencia de infraestructura para satisfacer sus necesidades básicas en aparente estancia transitoria.

Ello provocó una violencia inusitada de las fuerzas del orden contra los migrantes. La saturación de los centros migratorios y albergues también evidenció la falta de presupuesto gubernamental para dar alojamiento, alimentación, servicios de salud y hasta de educación a una demanda que rebasó la capacidad de las instituciones. Lo mismo sucedió en el norte del país con los rechazados, a quienes había que retener o deportar. A ello deben sumarse los actos de corrupción de las autoridades mexicanas y la extorsión de que son objeto los migrantes por parte del crimen organizado, quienes los despojan de lo poco que traen al dejar sus países de origen.

La tragedia de Ciudad Juárez sólo es consecuencia de esa impericia oficial para manejar una crisis migratoria. Pero también evidencia las pugnas de poder y las fallas por la carencia de una política pública en materia de migración, donde, contrario al marco legal, se asignan funciones a secretarios que no debieran intervenir y que convierten al canciller en bombero del gobierno o en hombre orquesta que no puede atender todos los frentes de la administración pública. Salida en falso del responsable de la política interior y del área de Migración, cuando escurre el bulto y echa la culpa al encargado de las relaciones exteriores.

La tragedia, que reviste tintes de corrupción internacional, puede ser el Waterloo de las “corcholatas” morenistas y del propio proyecto político de la 4T. Desde la oposición, los morenistas criticaron a Calderón por los niños quemados y muertos de la guardería ABC y crucificaron a Peña Nieto por los desaparecidos de Ayotzinapa, lo que calificaron, entonces, de crimen de Estado. Cómo se puede etiquetar esta tragedia y las consecuencias de aceptar, sin infraestructura, convertirnos en tercer país ¿seguro?

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